En octubre de 2018 empezamos a ejecutar el proyecto “De la experiencia al relato común: guía para incorporar la perspectiva feminista a organizaciones de la Economía Social y Solidaria”. En el marco de este proyecto, hemos llevado a cabo un trabajo interno en que el equipo de Almena hemos explorado qué significa para nosotras ser una cooperativa feminista. Ahora queremos compartir reflexiones con otras organizaciones de la Economía Social y Solidaria (ESS), y es por eso que durante los meses de junio y julio abrimos debate a través de nuestra web y las redes sociales.
Nuestra reflexión se ha estructurado en cuatro ejes, y será a través de estos ejes que plantearemos el diálogo. Hoy nos centramos en el segundo: Horizontalidad, redes y alianzas. En el texto que encontráis a continuación, se exponen las ideas que hemos trabajado en este eje. Podéis también leer el texto completo de nuestro relato aquí.
Una cuestión de poder
¿Cómo es posible abogar por los derechos de las mujeres y la equidad de género, si internamente reproducimos prácticas de poder patriarcales? Cuestionarnos la forma de ejercer el poder –y qué poder– es un reto para las organizaciones feministas. En este sentido, la horizontalidad es una pauta importante para marcar el camino: horizontalidad en la toma de las decisiones, en el acceso a la información, en la forma de gestionar las retribuciones, los beneficios, etc. Implica transparencia y confianza.
Nosotras hemos construido la cooperativa a partir del cuestionamiento de la jerarquía como forma de organizar un espacio de trabajo. En la mayoría de espacios de trabajo no se cuestiona el hecho de que haya un organigrama vertical: en los vértices más altos se sitúan las personas que tienen mayor responsabilidad, toman las decisiones (al menos las más estratégicas) y, por supuesto, cobran más.
Nuestro trabajo para intentar llevar la horizontalidad a la práctica no implica que no haya roles. Si alguna de nosotras está coordinando un proyecto, tendrá la responsabilidad de tomar decisiones, gestionar el presupuesto, supervisar los productos y procesos, y tendrá una responsabilidad específica en relación a su desarrollo.
Lo que cuestionamos es una organización basada en la verticalidad: pensamos que debemos estar todas al mismo nivel y que las decisiones más importantes y estratégicas se deben tomar colectivamente. Por eso, las trabajadoras de la cooperativa tenemos el mismo estatus, y tomamos juntas las decisiones en asamblea, en la cual participamos todas.
Es cierto que nuestra organización nos lo permite: somos pocas. ¿Qué pasaría si nuestra cooperativa fuera mayor? ¿Seríamos capaces de mantener la horizontalidad en la forma de organizarnos?
Consenso, conflicto… y liderazgos
En los espacios de toma de decisiones utilizamos el consenso: debatir hasta encontrar un punto intermedio que nos satisfaga a todas. Esto implica ceder algunas veces, y también puede crear malestares y conflictos. Gestionar estos sentimientos es otro de los retos. Hasta ahora la única estrategia que nos ha funcionado ha sido hablar de los malestares, ponerlos sobre la mesa de forma constructiva para encontrar soluciones entre todas. Para nosotras, las claves para conseguir resolver los malestares y los conflictos son la confianza y el (re)conocimiento mutuo, y ambos se cocinan poco a poco.
La reflexión sobre el poder implica también tener que reflexionar sobre cómo se construyen los liderazgos. Es importante reconocer las capacidades y los deseos de todas, y respetarlos. Quizás no todas tenemos el mismo interés en ser portavoces en un acto público, pero sí que nos apetece encargarnos de otro espacio de visibilidad e incidencia. O quizás es necesario acompañar más a las personas, generar espacios de aprendizaje. Es importante que la reflexión sobre el poder se aplique no solo en los espacios internos, sino también en los espacios de visibilidad pública y que tienen una proyección externa.
Relaciones de poder entre compañeras
Está claro que una cosa son los roles sobre el papel y la horizontalidad como principio de actuación, y otra cosa son las relaciones de poder que siempre existen, en cualquier grupo humano. Estas relaciones asimétricas de facto se dan por diferencias de edades, de experiencias, de contactos, de clase, de identidad de género y orientación sexual, de etnia, de origen y, obviamente, por las relaciones de género. A veces se dan simplemente por el mayor reconocimiento público o interno que en un determinado momento tiene una compañera en relación a otra.
Es cierto que hasta ahora las cuatro socias somos todas mujeres, blancas, europeas, cis y sin discapacidades o diversidades funcionales. Las diferencias van más ligadas a la edad y al recorrido profesional… ¿Qué pasaría si fuéramos mucho más diversas? ¿Cómo nos atravesaría el racismo, el clasismo, el capacitismo? ¿Cómo podemos fomentar esta diversidad?
En red
En cuanto a las relaciones externas, pensamos que la cooperación y el establecimiento constante de alianzas y redes tendría que ser nuestra principal coordenada. Pero no es fácil cuando competimos por los recursos, y todo el sistema está construido sobre esta lógica: el reto es poder impulsar dinámicas alternativas al marco general. Estamos poniendo muchas energías en buscar y nutrir relaciones con organizaciones afines, como estrategia de supervivencia e incidencia.
Sabemos que nuestra mayor fuerza está en las redes, y que las redes feministas son muy potentes. Así que nos preguntamos constantemente cómo tener suficiente tiempo y recursos para poder construir redes sólidas y duraderas. Esto de multiplicar, nos lo creemos de verdad.